El precio justo del transporte

Y a los que producen justo a tiempo les sucede que esperan días, a veces semanas, sin tener que entregar esa carga que es imprescindible para no bloquear la producción. En tiempos normales hubiera reaccionado a las sanciones, pero el Covid es una fuerza mayor a tragarse hasta tal punto que alguien empieza a pensar que quizás ese almacén al final no costó tanto y que tener existencias a veces te hace dormir más tranquilo .
Quienes esperaban mercancías de origen deslocalizado llegaron a conclusiones similares, no solo porque muchas veces estaban bloqueados por la infección (evento que nos remite al caso anterior), sino porque en el transcurso de unos meses el costo del contenedor el transporte se ha disparado. Puede haber costado demasiado justo antes de la pandemia, pero luego se volvió demasiado caro para justificar algunas reubicaciones. Hasta el punto de que alguien, después de hacer cuentas, se dio cuenta de que no vale la pena producir hasta ahora, si luego el dinero ahorrado por un lado se tira por el otro.
El comercio electrónico no experimenta dudas y, de hecho, galopa a través de praderas interminables. Pero que la logística a su servicio es el sector económico en el que la compresión de los costes laborales ha afilado unas tijeras desorbitadas, todo el mundo lo sabe. Incluidos algunos magistrados que han levantado el velo de esas cadenas de subcontratación, creadas como tantas cajas chinas a las que se les da una forma de cooperativa que merece una mejor imagen.
Lo paradójico es que estas dos crisis, una productiva, la otra logística, no mostraron su cara más cruel el año pasado, cuando la pandemia obligó al cierre y el transporte garantizado. Sin embargo, la distribución de artículos de primera necesidad, pero ahora que vamos hacia un reinicio. Porque es hora de que la demanda, comprimida durante mucho tiempo, vuele a niveles que la oferta de servicios no puede satisfacer, frenando un sistema productivo jadeante.
De ello depende la subida de los precios de las materias primas y todo lo que de ello se deriva: el atasco de las cadenas de suministro, la falta de contenedores, la inundación de los puertos, la dificultad de garantizar mano de obra para el transporte por carretera. Es por ello que en esta coyuntura convendría cortar los lazos con el pasado y dar un salto cultural decisivo.
Es decir, aprovechar los numerosos capitales públicos inyectados en el mercado para identificar modelos productivos que consideren el transporte como una actividad en la que invertir para mejorar su organización y eficacia, para contener sus emisiones y otras externalidades, para ponerlo en un posicionamiento para potenciar un producto en busca de mercados como y más que un influencer.
De esta manera dejaríamos atrás esa ecuación que valora el transporte a la par de un coste y que luego exige una temporalización rigurosa, aumentando la responsabilidad y flexibilizando las tarifas de su actividad. Dejaríamos atrás esa ecuación que, en definitiva,
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