Cambió el camión por un puesto de frutas. Ser camionero es un trabajo extenuante, mal pagado y explotado: "ahora soy feliz"

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Esta es la historia de un camionero que después de 30 años cambió los mandos de un camión, según él, un trabajo extenuante, mal pagado y explotado, por un puesto de frutas y verduras en su ciudad. El hombre asegura que ahora es feliz.

“No es fácil, pero cuando ya no eres feliz y las cosas no funcionan, tienes que tener el coraje de cambiar tu vida”. Estas son las palabras de un excamionero, de 46 años nacido y criado en la capital de Apulia, en concreto en San Girolamo, que en el espacio de unos meses, después de más de 20 años, ha dado un vuelco total a su vida dejando lo que antes era suyo . el trabajo de sus sueños, el de camionero, para convertirse en verdulero y ocuparse de los asuntos sociales.

 

La suya, subraya el hombre a los medios, con una voz llena de alegría y llena de emoción “es la historia de una persona corriente” que ha elegido el contacto diario con la gente, en particular con la gente de su ciudad, a un trabajo extenuante que por ahora, no lo había hecho más feliz durante algún tiempo. “Desde niño – dijo – trabajé en los mercados generales como descargador de camiones, incluso antes de eso descargaba fruta. Soñaba con ser camionero, para mí era el mejor trabajo, me dio la idea de libertad, me permitió viajar. Así que me comprometí, estudié e hice mi sueño realidad". Sin embargo, no todo salió como esperaba, después de muchos años de experiencias positivas, las cosas han cambiado.

“Todos lo saben, aunque hagan como que no lo ven –subrayó– ser camionero es un trabajo extenuante, mal pagado y explotado. El salario, después de muchos años, ya no era gratificante. En los últimos tiempos la situación había empeorado, mi empresa no me pagaba desde hace dos meses. No podía seguir más, no podía soportar los costos. Traté de hablar con mi jefe, para explicarle que me tenían que pagar los atrasos. Pero tratar de hacer valer mis derechos no sirvió de nada, todo lo contrario. Nunca renovaron mi contrato".

De ahí la idea de intentar reinventarse . “Con los últimos 200 euros que me quedaban intenté empezar de nuevo. El 31 de enero venció mi contrato, el 6 de febrero me desperté a las 4, como cuando manejaba camiones, pero en lugar de hacer lo que he hecho durante 30 años, fui al mercado. Compré una caja de fruta a la vez, despacito, pero hoy, después de mes y medio, casi dos meses, con mis pocas ganancias, me puse en orden, tengo mi puesto y estoy feliz”- subrayó sin escondiendo emoción. Bontà di Nonna Graziella, así se llama el puesto ubicado en San Girolamo que, explicó Peppino, "está dedicado a mi madre, pero también a San Nicola, porque cuando va al mar todo se ilumina" al igual que su puesto.

Pero la luz también es una pregunta metafórica: “sí, porque – explicó – cuando yo era camionero transportaba material frío, hoy sin embargo, tengo la oportunidad de conocer gente y de iluminar mis días de una manera diferente, llenándome con nueva energía. No me importa el dinero. Cuando era camionero, salía a las 4 y recogía a las 9 de la noche, si iba bien. Muchas veces dormía a la intemperie, no encontraba paz, ni podía vivir en paz en las relaciones con los demás, por ejemplo con mi pareja y con mi perro, para mí como un hijo, al que veía muy poco. Hoy mi puesto se llena de nueva energía cada día, son todas las historias de clientes que se paran a hablar. Hay que escuchar a la gente, aquí no vendo sólo fruta” – precisó.

No solo fruta, concepto fundamental en la base del proyecto de Peppino que, entre sus objetivos, también tiene el de cuidar a los demás,  ofreciendo a los clientes una bebida sencilla, un regalo, pero también una oreja extra para compartir la carga del día a día sin olvidar el aspecto social, dirigido sobre todo a apoyar a los niños. “Cuando éramos jóvenes –añadió– teníamos espacios de tierra baldía para jugar, hoy aquí solo hay edificios y cemento. Los chicos se aburren y resulta que si están en grupo, sin ser realmente escuchados, causan problemas. Luego también hay mucha gente mayor que se siente sola, hace unos días le vendí un bol de fresas a una señora, se lo hice a 2 euros, lo que pagué por él. No tenía el dinero, pero quería fresas. Cuando volvió me dio las gracias. No es el dinero lo que importa, son las emociones. Y mis ojos brillan cada vez. Hoy vivo mi libertad, no me siento verdulero de verdad, pero me siento más humano y con más dignidad que antes. Entonces ya sabes, estar encerrado en una cabina durante 12 horas, para los sagitarianos –se afana en aclarar– es una prisión. Ahora, todos los días, abro mi puesto a la ciudad ya la gente y sé que, de una manera pequeña, con lo que hago, puedo estar al lado de los demás y ayudarlos a superar sus dificultades diarias” – concluyó.

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